domingo, 14 septiembre, 2025
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Y después de Milei, qué?

Sofocante, la noche del domingo 7 de septiembre se abatió sobre la gestión de La Libertad Avanza. Aún aceptando su derrota, Javier Milei ratificó el rumbo económico. Atando su destino al FMI, días más tarde vetó la Ley de Financiamiento Universitario, la Ley de Emergencia Pediátrica y la de Aportes del Tesoro Nacional (ATN). Al tiempo que atacó la salud de miles de niños y la educación de millones de jóvenes, ofendió a los nuevos voceros del poder económico: los gobernadores agrupados en Provincias Unidas.

La condena social a la política ajustadora llegó hace tiempo. En las miles de escenas de lucha y resistencia que recorrieron el país a pesar de la traición de la CGT. En los paros generales; en cada movilización masiva; en conflictos de gremios estratégicos como aeronáuticos, petroleros, aceiteros o portuarios; en las tomas de facultades en decenas de universidades; en la persistente lucha de jubilados y jubiladas. Fue allí, en las calles, frente a la llamada Argentina contenciosa, donde se trabó el proyecto mileísta.

El masivo rechazo electoral –que se concentró en el peronismo y, en menor medida, en la izquierda–, dejó fisurado al Gobierno. En el marco de un creciente marasmo social, casi incapacitado para gestionar su propio programa económico, Milei enfrenta una aguda crisis de gobernabilidad. Persistiendo en el ajuste, enfrentará también el espectro de la rebelión social.

Sombra terrible del 2001…voy a evocarte.

En este crítico escenario, el régimen político que sostuvo a Milei no puede ofrecer una salida favorable a las mayorías. Esta debe construirse desde abajo, apostando al desarrollo de la más amplia movilización obrera, popular y juvenil; al desarrollo de la organización democrática, en cada lugar de trabajo y de estudio, en el camino de una huelga general política, en la que el poder social de la clase trabajadora quiebre la agenda ajustadora de la elite económica.

Este miércoles 17, el Congreso sesionará para tratar los vetos de Milei. Ese día tenemos una oportunidad para inundar las calles del país. ¿Vamos?

Un quiebre moral

Todo contrato electoral implica algún tipo de contrato moral. Gritándole a la cámara, Javier Milei se presentó como encarnación de una renovación moral conservadora. Vocero de un igualitarismo a la baja, su motosierra debía oficiar de herramienta justiciera: cortar los privilegios de la casta. Fue –como dijo este jueves Diego Sztulwark en Contrapunto– “un castigo electoral de las humilladas y los humillados contra quienes lo habían denigrado”. El escándalo por las coimas en discapacidad, que alcanza a Karina Milei, dinamitó ese andamiaje ideológico. Configurando otra humillación para millones, enterró aquel contrato electoral. Aquella moralidad condensaba tensiones económicas irresueltas: las mismas que llevaron a Milei a la presidencia.

Antonio Gramsci escribió que en el sentido común “predominan los elementos ‘realistas’, materialistas, esto es, el producto inmediato de la sensación cruda” [1]. Detrás del marasmo ideológico reaccionario que expresaba Milei, habitaba un extendido deseo de reparación económica. Pero la “cruda sensación” fue otra, opuesta: no llegar a fin de mes; endeudarse para comer; perder el trabajo; vivir para trabajar; tener que mantener a madres y padres jubilados.

En esa materialidad hay que buscar la razón del extendido rechazo electoral. También la fisonomía que parece ir adquiriendo la base social oficialista. Como había acontecido en CABA, ese aval cobró mayor intensidad en zonas de mayores ingresos y menor en las barriadas populares. Una suerte de clivaje clasista, que desarma la coalición que llevó a Milei al gobierno.

Desengañada, la juventud también retaceó ese apoyo que solía presentarse como inquebrantable. Días antes de las elecciones, Pablo Semán y Nicolás Welschinger escribieron que

…el entusiasmo se licuó (…) Si se focaliza sobre los datos de la tercera sección electoral, se ve que, a diferencia de lo sucedido en 2023, entre los jóvenes la intención de voto al candidato de LLA es del 26 %, un porcentaje similar, incluso unos puntos menor, al que alcanza en los mayores de 35 años (26,5 %), los mayores de 50 años (31,8 %) y mayores de 65 años (30,4 %). La falta de entusiasmo que señalamos arriba parece provenir del descenso del voto a Milei.

Aquella pasión inicial difícilmente podía ser estable. El mileísmo no trajo la prometida “dolarización” de los salarios ni garantizó un mejor pasar laboral. Graficando, un reciente relevamiento del Observatorio de les Trabajadores de LID indicó que

Los grupos etarios más afectados por la precarización laboral son los mayores de 65 años y las juventudes de entre 14 y 29 años, y lo son también en lo que respecta a su intensidad. El 63% de los jóvenes y el 62% de los adultos mayores se encuentran precarizados por dos o tres vías simultáneamente.

Las decepciones no fueron solo esas. Como se debatió aquí, la plataformización del trabajo parece hallar un techo. Convergen allí quienes son despedidos con quienes están obligados a complementar ingresos. Desocupados y sobreocupados, amontonándose en aplicaciones que encuentran otro límite en la dramática caída del consumo. Ese emprendurismo popular, que también conformó parte del dispositivo ideológico mileísta, ya flota en el pasado.

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Experiencia y conciencia

En Marxismo y literatura, Raymond Williams señaló

…suele haber una tensión entre la interpretación recibida y la experiencia práctica (…) La conciencia práctica es casi siempre diferente de la conciencia oficial (…) la conciencia práctica es lo que verdaderamente se está viviendo, y no sólo lo que se piensa que se está viviendo… [2]

El voto a Milei –se escribió y dijo muchas veces– detonó una serie de consensos políticos y culturales que se suponían asentados. Uno de ellos era la intervención estatal para atenuar la desigualdad social.

Aquel grito electoral concentró su bronca contra ese fantasmal “Estado presente”, que aparecía incapaz de garantizar escuelas y hospitales públicos en buenas condiciones. Inútil para sostener servicios públicos de calidad. Esa experiencia dolorosa, esa conciencia práctica con el fallido relato estatalista, alimentó el discurso rabiosamente neoliberal de Milei. Cimentó ese sentido común reaccionario, que culpabiliza a trabajadoras y trabajadores estatales por los problemas de la estatalidad.

Milei blandió su triunfo electoral como una victoria de las “ideas liberales”. Ese paquete discursivo coincidía, groso modo, con el programa económico del gran capital. Por eso fue comprado por toda la oposición, con excepción del Frente de Izquierda. Fue en aquellos tiempos cuando el peronismo –intentando aggiornarse– eligió el eufemismo de “actualización” para referirse a la reforma laboral, tan reclamada por la elite empresaria.

El tiempo del ajuste fue descascarando el edificio mileísta, corroyendo sus cimientos, dañando sus paredes. La resistencia en las calles mostró que la sociedad no había votado hambrear jubilados o destruir la universidad pública. Ahora, tras dos años de gestión, el domingo pasado emergió punzante esa tensión entre la conciencia oficial y aquello que “verdaderamente se está viviendo” por parte de millones de personas. El resultado fue un masivo voto castigo a La Libertad Avanza.

Escenas explícitas de pos-mileísmo

La debilidad de Milei configura un problema de régimen y de Estado. El presidente en decadencia fue la herramienta política del gran capital para aplicar una regresión social en su propio interés. A los ojos de esa élite, la tarea está inconclusa.

En ese escenario alza la voz el armado político que asumió el nombre de Provincias Unidas. Son los mismos gobernadores que garantizaron gran parte del ajuste mileísta. Este viernes, desde el sur sojero cordobés, amenazaron al Gobierno con hacer caer los vetos presidenciales. Esperan, aclararon, un llamado a negociar: la rosca nunca descansa.

Bloque de lobistas, miran más allá de octubre. El santafesino Pullaro enunció objetivos: “Vamos a construir la primera minoría en el Congreso y vamos a poner el próximo Presidente”. El cordobés Schiaretti ofreció algo parecido a un programa: “Lo audaz es tener equilibrio fiscal y social”. Voceros de un mileísmo moderado, de un “centro” que evite los “extremos” de Milei y el kirchnerismo, hablan en nombre de sus administraciones, pero también de mineras, petroleras, automotrices, alimenticias y, lógicamente, grandes patronales agrarias.

A este bloque político y social la falta una pata en el conurbano bonaerense. ¿Será un Axel Kicillof aún más moderado? ¿será un apoyo de Cristina Kirchner y el kirchnerismo? El tiempo, acercándose veloz, lo dirá.

El peronismo: una estrategia paralizante

Naufragando en su propia crisis, el peronismo encontró en las urnas una tabla de flotación. Axel Kicillof emergió victorioso de la elección. Ansía correr la carrera presidencial; los resultados lo dejan posicionado. Pero 2027 está a años luz de distancia en términos económicos, sociales y políticos. Al mandatario le falta sortear las internas de una fuerza política astillada. Le queda, también, gestionar dos años una provincia plagada de crisis, continuando un ajuste que ya despierta malestar entre estatales, docentes y otros sectores.

Entre La Plata y Balcarce 50 se alza otro obstáculo: el veto del poder económico. Mal que le pese a la ultraderecha, Kicillof no tiene nada de “soviético”. En los últimos meses, su gestión fue todo menos un “escudo” frente a despidos, ataques a las condiciones laborales o persecuciones anti-sindicales. Pero ese alineamiento con intereses empresariales podría no ser suficiente. A pesar de haberla “levantado en pala”, el gran capital mira con recelo al peronismo: fue en las oficinas de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) donde se decidió la proscripción política y la cárcel para Cristina Kirchner.

En esta crisis nacional, el peronismo aparece como una actor de contención y moderación. Durante dos años de mileísmo, actuó como factor limitante de la resistencia social. Lejos de impulsarla, la desorganizó, repitiendo que Milei “tenía el apoyo de las urnas”. Demolido ese argumento, el partido fundado por Juan Perón perpetúa esa estrategia paralizante.

Acorde a esa perspectiva, en el podio de la traición, la CGT eterniza su tregua. Patentizado esa patética ubicación, este jueves Gerardo Martínez posó sonriente junto a Sandra Pettovello, la amiga del presidente que le mintió al país para vaciar comedores populares y hambrear familias humildes.

Estructuralmente en crisis, el peronismo es incapaz de ofrecer una salida a las grandes mayorías populares. Su discurso político adelanta una nueva frustración: una gran “coalición anti-Milei”, que atraviese fronteras y partidos. Versión ampliada del Frente de Todos, ese nueva entelequia solo podría conducir a la impotencia. En una construcción así, lógicamente, no hay lugar para un programa que ataque el poder del gran capital.

Una fuerza social y política desde abajo

En una elección desdoblada, sin publicidad gratuita en grandes medios y enfrentando gigantescos aparatos políticos, el Frente de Izquierda Unidad conquistó dos bancas en la estratégica Tercera Sección de PBA y alcanzó un 8 % en La Matanza. Los números ratifican una certeza: la izquierda es un actor en la política nacional y canalizó parte del repudio electoral a Milei.

Las semanas de campaña pusieron en evidencia, además, un extendido reconocimiento hacia una fuerza que enfrentó el ajuste mileísta desde el primer día. Un aval a un espacio político reconocido por su honestidad, coherencia y compromiso con cada lucha. En el crítico escenario nacional, esas bancas y esa simpatía son puntos de apoyo. Para intervenir en la inmediata batalla electoral nacional. Para impulsar el más amplio desarrollo de la movilización, apostando a que las calles derroten los vetos de Milei. Para impulsar –como propone el PTS-FITU– la pelea por un gran partido de la clase trabajadora; una fuerza social y política que exprese los intereses de los millones que mueven el país.

El pos-mileísmo está en discusión. Crítico y en aceleración, el escenario político y social obliga a delinear salidas. El poder económico prepara las suyas. La clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre tienen una obligación simétrica: dar pasos en construir la propia, superando la estrategia paralizante que imponen las conducciones del peronismo.

El pasado ilumina el presente. Grandes rebeliones como el Cordobazo o Diciembre de 2001 indican una dirección; un rumbo posible para que los explotados y oprimidos empiecen a decidir los destinos del país. Un punto de partida para reorganizar la sociedad sobre nuevas bases, dejando atrás el caos sistémico al que la dominación capitalista empuja diariamente.

Posdata. El miércoles nos vemos en las calles

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NOTAS AL PIE

[1] AA. VV., Gramsci y las ciencias sociales, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1970, p. 66.

[2] Williams, Raymond, Marxismo y literatura, CABA, Edición Las Cuarenta, 2009, p. 178.

Eduardo Castilla

X: @castillaeduardo

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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