Qué hacemos con la discriminación en el deporte es un tema permanente de preocupación. En el caso de Argentina, me parece que la situación se ha visto agravada por el cierre del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), que era una suerte de brújula ética en los temas de su incumbencia, llevando adelante tareas de investigación, formación y prevención. Ya sin eso, existe en este momento una sensación de vía libre para la realización de ciertas conductas, ya que pareciera que el Estado abandona la capacidad de defender lo común.
En los últimos casos que estamos viendo en nuestro país, como los que recientemente involucraron a clubes cordobeses, se aplicaron sanciones que, si bien son necesarias, terminan llegando tarde y no sirven si no están acompañadas de políticas fuertes a nivel estatal e institucional.
Es verdad que el fútbol es un claro espejo de lo que pasa afuera de las canchas, pero tampoco se puede validar cualquier cosa en nombre del folklore y de la pasión. El amor por los colores y la defensa de una camiseta tienen muy poco que ver con deshumanizar al otro y, en lugar de considerarlo un rival, convertirlo en un enemigo. Un rival es alguien que te desafía, te pone a prueba y exige el mejor de tus esfuerzos para tratar de superarlo; mientras que un enemigo es alguien a quien se quiere aniquilar.
Lamentablemente estamos ante un problema estructural, ya que nuestra sociedad tiene una matriz racista y discriminadora. Aquello de que ‘son de Bolivia y Paraguay’ no nació en una cancha de fútbol, y a diario vemos conductas de segregación que se repiten en las escuelas, en los lugares de trabajo y en muchos otros ámbitos, no solamente en el deporte.
Hay una especie de racismo institucional, y por eso es importante que los clubes, las asociaciones y los gobiernos se comprometan con el tema, y que lo hagan en serio. No puede pasar que una entidad como la Conmebol permita expresiones tan inadecuadas como las que pronunció su presidente (Alejandro Domínguez), y que eso no tenga consecuencias.
También es muy preocupante que desde las más altas esferas del Gobierno Nacional se difundan discursos que son directamente discriminatorias, apelando a prejuicios que están instalados en una parte de la sociedad, y se promueva un individualismo extremo, una suerte de ‘sálvese quien pueda’ que intenta disgregarnos como sociedad. Esa crueldad, disfrazada de pedagogía, está agravando muchas cuestiones en nuestro país.
Más allá de todo eso, estoy convencida de estamos ante una realidad que se puede cambiar, como se fueron cambiando de a poco muchas otras cosas que sucedían en las canchas, desde el uso de la pirotecnia hasta cuestiones vinculadas a la violencia de género o a los mismos cánticos homofóbicos, que ya no se repiten del mismo modo que antes, ya que en torno a ellos existe una pequeña condena social.
El racismo no es parte del juego y para erradicarlo es necesario que las instituciones se comprometan y establezcan alianzas con otros sectores de la sociedad, para trabajar en forma conjunta y con un resultado más eficaz. No se trata de apagar la pasión, sino de iluminar sus sombras.
(*) Abogada y periodista, nacida en Río Cuarto. Ex titular del INADI. Integrante del colectivo 100% Diversidad y Derechos. Asesora en la Dirección de Políticas de Género del Ministerio Público Fiscal de la Nación.