lunes, 21 abril, 2025
InicioDeportesEl Loco Gatti: el arquero que desafió todas las reglas del fútbol...

El Loco Gatti: el arquero que desafió todas las reglas del fútbol y se inventó a si mismo

Una triste tarde de domingo murió Hugo Orlando Gatti. Y por algo se lo llamó el «Loco». Nadie como él le dió tanto color, alegría, ritmo e inventiva al puesto más cruel e ingrato del fútbol, el de arquero. Nadie como él se atrevió a desafiar tantas reglas durante tanto tiempo. Nadie como él se rió de lo establecido, lo convencional, lo dado. Nadie como él creó tanto bajo los tres palos. Debutó en Primera en Atlanta en 1962. Y cuando se retiró en Boca durante 1988, hacía rato que era el jugador que mas partidos jugó en Primera División: totalizó 765 en una campaña que abarcó veintiséis temporadas y en la que además atajó veintiséis penales. Marca máxima que comparte con otro monstruo del arco: Ubaldo Matildo Fillol, con quien sostuvo una extraordinaria rivalidad futbolera en aquellos años (de 1975 a 1982) en los que el «Loco» atajaba en Boca y el «Pato» lo hacía en River. 

Pero acaso el penal mas importante de su carrera no lo detuvo en la Argentina. Y tampoco entra en esa cuenta. Sucedió el 14 de septiembre de 1977 en el piso barroso del estadio Centenario de Montevideo y fue el último de la dramática serie de tiros con la que Boca y Cruzeiro de Brasil definieron la Copa Libertadores de ese año tras haber empatado 0 a 0 el partido y el alargue. El lateral izquierdo Vanderlei denunció demasiado su remate de zurda y, yendo hacia su izquierda, Gatti atajó y le dio a Boca la primera Copa de su historia. En Boca, Gatti ganó sus seis títulos como jugador: Metro y Nacional ’76, Libertadores ’77 y ’78, Intercontinental ’77 (jugada en agosto de 1978) y Metro ’81 al lado de Diego Maradona.

Nacido en Carlos Tejedor (provincia de Buenos Aires) el 19 de agosto de 1944, Gatti llegó a Atlanta a fines de la década del 50 y tuvo la suerte de que Carlos Timoteo Griguol, por entonces el número cinco de los «bohemios», lo tomara de la mano y le marcara el camino que debía seguir para triunfar en el fútbol. Vivía en la pensión que tenía el club en Villa Crespo y comía salteado. Pero desde el primer entrenamiento demostró su condición de jugador distinto, fuera de lo común. Lo que la mayoría resolvía a fuerza de potencia física, él lo solucionaba a base talento e inteligencia. No era de tirarse ni de volar porque sí. Lo hacía solo si era imprescindible.

Como Amadeo Carrizo y Néstor Errea, por entonces el arquero titular de Atlanta, Gatti aborrecía quedarse bajo los tres palos, limitarse solo a atajar la pelota con las manos. El quería dominar el área, anticipar, intuir, salir jugando con los pies, animarse a meter un pase gol desde el arco. Y así fundó su estilo. Pero no se quedó sólo en eso. También revolucionó la ropa del arquero. Se vistió con colores vivos, con bermudas, usó el cabello largo, a tono con la moda que imponían Los Beatles en los primeros años ’60. Cuando Osvaldo Zubeldía lo hizo debutar en Primera, el 5 de agosto de 1962 en La Plata (Gimnasia 2-Atlanta 0), Gatti era un proyecto de gran arquero. Pero sobre todo, ya era un personaje. Alguien que no pasaba inadvertido. Un showman.

Jugó 38 partidos en Atlanta y a principios de 1964 lo compró River para crearle una competencia al gran Amadeo Carrizo que ya hacía dos décadas que estaba al frente de los tres palos millonarios. Por lo general, Gatti estuvo a su sombra y en cuatro temporadas (1964/68), jugó 77 partidos oficiales y varios de la Copa Libertadores. En 1966, Juan Carlos Lorenzo se dejó deslumbrar por su talento y sus excentricidades y lo llevó al Mundial de Inglaterra como suplente de Antonio Roma. En 1969, Ángel Labruna le perdió al confianza y lo dejó irse a Gimnasia, donde estuvo hasta 1974. Disputó 224 encuentros. Según él, en esos años ofreció su mejor versión.

Los caminos de Lorenzo y Gatti volvieron a cruzarse en 1975 en Unión de Santa Fe y cuando Alberto J. Armando, el presidente de Boca, contrató a Lorenzo en 1976, el «Loco» fue el primer jugador que pidió. Debutó una tarde calurosa, el 15 de febrero en La Bombonera ante All Boys, por la primera fecha del campeonato Metropolitano. Cuando Gatti entró a la cancha, con una remera rosa, bermudas y azules y el pelo atado con una vincha, la multitud gritaba «olé, olé, el Loco Gatti y su ballet». Fue un amor a primera vista. Ídolo antes de tocar la primera pelota.

De esos años también data la competencia tan intensa (y a la vez tan leal) con Fillol por el arco de la Selección que preparaba César Luis Menotti para el Mundial ’78. En ese lapso del ’75 al ’78, quizás desde algunos años antes, los dos atravesaban el mejor momento de sus carreras y fue Gatti quien picó en punta y pareció que se quedaba con el puesto. Pero a fines de 1977, el «Loco» acusó una lesión en una rodilla, le dijo a Menotti que prefería operarse y al técnico no le quedó más remedio que volver a convocar a Fillol, quien después de haberse quedado afuera, volvió para abrazarse a la historia y no soltarla nunca más.

Quedó dicho: en Boca ganó todos sus títulos y se quedó a vivir. Jugó 381 partidos entre 1976 y 1988. En 1980, le dijo a Maradona antes de un partido con Argentinos en la cancha de Vélez que «era un gordito«. Diego le respondió haciéndole cuatro goles. Pero un año después, fueron compañeros en aquel Boca campeón del Metro 1981. En sus últimos años lo dirigieron Menotti y José Omar Pastoriza, quien le quitó el puesto luego de un error que le costó una derrota en La Bombonera ante Deportivo Armenio en 1988 y lo reemplazó por Carlos Navarro Montoya. Fue la función final de su carrera, más de un cuarto de siglo después de aquella inicial en La Plata. A fines de ese año, Boca lo dejó libre.

Genial, egocéntrico, inconformista, talentoso, showman, individualista y polémico, Hugo Orlando Gatti es uno de los arqueros de todos los tiempos del fútbol argentino. Como su ídolo Muhammad Alí, no fue producto de ninguna escuela, se hizo a sí mismo, se reinventó permanentemente. Salvó cientos de goles poniéndole el pecho a la pelota en su atajada más célebre, la de Dios. Sólo no pudo parar la última pelota, la más envenenada de todas, la que todos sabemos que algún día va a entrar.

Más Noticias